Desde hace años, mi vida gira en torno a algo que descubrí sin buscarlo: las historias que no se cuentan desaparecen y con ellas, también lo hacen las personas que las vivieron.
Mi vínculo con las personas mayores no es casual, es una forma de estar en el mundo. Ellos han sido mi escuela más honesta y mi espejo más humano. A través de ellos aprendí que la memoria es un territorio frágil, y que el mayor acto de amor que podemos ofrecerles es escucharles antes de que el silencio los alcance.
He trabajado como voluntario durante años, enseñando educación financiera a quienes se acercan a la jubilación, pero lo más valioso no han sido los números, sino las historias que aparecían entre cada línea de vida: sueños cumplidos, otros interrumpidos, y muchos que aún esperan ser rescatados.
De esa necesidad de rescatar memorias nació Reencuentro, mi primera novela, y después Voces del Reencuentro, un podcast semanal donde las historias reales recuerdan que el amor, el tiempo y la vida no siempre avanzan juntos, pero a veces se vuelven a encontrar.
Ahora presento Duende, una novela que viaja al origen de todo, una precuela donde la memoria, la naturaleza y los silencios de la sierra guardan lo que nunca se dijo. Si Reencuentro hablaba del amor que regresa, Duende revela lo que estuvo oculto antes de que ese amor pudiera volver.
No escribo para llenar páginas, escribo para que nadie sea olvidado.
Creo en la literatura que abraza, en la palabra que repara y en el lector que no solo lee, sino que siente.
Mi sueño no es destacar, sino ser —como siempre digo— solo un granito dentro de una gran montaña que ayude a moverla.
Y porque lo creo profundamente, cierro con la frase que me acompaña desde el primer día:
“Una historia que no se cuenta… es una historia que se pierde.”
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